Iniciación egipcia
di Martin Jorge Basmajian - Finalmente habÃa llegado el momento tan esperado, la ansiedad que habÃa acumulado en estos dias por fin tenÃa su justificación, tuvo que permanecer de vigilia toda la noche como si estuviera velando armas antes de una batalla, en realidad eso era, sus armas eran su
firme resolución y su mente bizarra y un corazón dispuesto a arrostrar todo tipo de dificultades a la hora de poder llegar a la meta ansiada. Acostumbrado a retirarse temprano, le costaba permanecer despierto, pero esa era la premisa, no sabÃa cuando y en que momento lo vendrÃan a buscar para iniciar la marcha, creÃa que debÃa de ser cerca de las primeras horas del dÃa, antes aún del despuntar de la aurora. Recordaba y todavÃa tenÃa presente en sus oÃdos las palabras dirigidas a el, por el anciano sacerdote Mohtep que lo instruÃa. Le hablaba de la verdad, la integridad que debÃa alcanzar como hombre y siempre ser defensor de la justicia. Nunca debÃa olvidar que el Creador es Uno y Único, el Grande y Magnifico Aton y que todos los demas dioses que forman la muchedumbre que por cientos conforman la teogonÃa del Pais de la Feliz Tierra Negra, son sus manifestaciones y coexisten con Él y en Él. Le murmuraba en forma queda cómo llegar y que esfuerzos necesitarÃa realizar para aproximarse y poder finalmente ingresar y transponer los portales de la Luz.
Recordaba casi como entre brumas, que desde su mas temprana edad, quizás pasados apenas unos siete periodos de las inundaciones que causaba el Rio Sagrado, el dÃa en que su padre, lo envió a darle un beso de despedida a su madre y cogiéndole de la mano le condujo por las estrechas callejuelas del barrio de los pescadores hasta el Gran Templo del dios Atón y lo presentó a su amigo, un antiguo condiscÃpulo el Sacerdote Instructor Mayor del Templo, querÃa que su hijo siguiera la carrera que culminarÃa en la Casa de la Vida, transformándolo en un sanador y curador de cuerpos y almas. QuerÃa que su hijo al igual que él, fuera médico, ya llegarÃa el tiempo en que la diosa que administraba la fortuna a los mortales, le mostrarÃa, si es que ese era su deseo, su sonriente faz.
Después de permanecer unos periodos, en los claustros del Templo, donde se le instruyó como a todos los niños de su edad, los principios del conocimiento de la escritura, las matemáticas, cálculos de superficies y la religión. Alcanzados los diez y seis periodos de su vida y habiendo completado los primeras instancias de su educación, habÃa llegado el momento de tomar la postrera decisión. DebÃa ingresar en alguna de las grandes Escuelas donde su vida tomarÃa para siempre el sendero marcado por su espÃritu, una era la carrera militar, si optaba por ella, debÃa acudir a algunos de los cuarteles de instrucción de armas, cercanos a las fronteras del pais de la Feliz Tierra Negra del ejercito del Glorioso dios Faraón, otra era la Casa de la Vida para llegar a ser médico y por último la de ser sacerdote al servicio del Templo y del Estado. En toda familia cercana al Templo, a la Casa de la Vida o a la Corte, alguno de sus componentes tenia la obligación de servir en cualquiera de estas carreras, se deberÃa ser Militar, Sacerdote o Médico, los trabajos de artesanÃa y el comercio en general se lo dejaba en manos de los esclavos, extranjeros o egipcios de baja condición, cuya única salida era la de trabajar de forma personal. Los hijos de las familias poderosas que podÃan ingresar en las Escuelas al servicio del Estado, lo hacÃan para tener un espacio de poder cercano a la corte e incrementar sus fortunas familiares, sus nombres y su posición mediante su profesión.
Tambien las jóvenes púberes debÃan acudir a los Templos, para transformarse en sacerdotisas a disposición de los Templos y la Corona en calidad de princesas para ser dadas en matrimonio a reyes y prÃncipes extranjeros.
El sacerdote Instructor que durante años habÃa cuidado de su educación le instruÃa del último paso que debÃa dar. Su voluntad debÃa de ser inquebrantable, el fracaso no entraba en los planes de los estudiantes de la tierra de los Faraones, aun de los prÃncipes de otros reinos y paÃses que acudÃan a las casas de estudios de la Feliz Tierra Negra, sobre todo en la carrera militar.
 Le decÃa a la luz de la lumbre la noche antes de la vigilia.
 -Has elegido ser médico, eso está bien pero antes deberás de ingresar al Templo de las Grandes Pruebas donde te obligarás a ti mismo y a todos demostrar tu integridad como hombre y como egipcio. No perteneces por nacimiento a linaje alguno cercano a la Casa Real o Sacerdotal pero si a la Casa de la Vida, eres hijo de medico de villas y encima extranjero, que se ha ganado el respeto que se merece por sus naturales dotes de sanador, por lo que tendrás que centuplicar tus habilidades y tu voluntad, no te será fácil, te enviarán por los pasos más estrechos, por las más tenebrosas oquedades y si por fin triunfas y llegas a la meta inmaculado, tendrás ganado el derecho de ser un igual entre los iguales y sentarte entre ellos, ya no serás un advenedizo hijo de extranjeros de ojos color cielo, sino un victorioso.
-Tu educación en las primeras instancias está terminada. Ya eres prácticamente un hombre, he visto las miradas que diriges a las niñas estudiantes del Templo de la diosa Isis, cuando éstas hacen muy temprano sus abluciones matinales. Por lo tanto sabrás, pues lo hemos conversado, que existe un sendero para cada uno de nosotros y que únicamente tú deberás escoger y llegar hasta el final.
-Ese, querido hijo, es el Sendero de tu vida, no es tan sinuoso como lo parece ni tan recto como se ve. Únicamente el Alma de quien lo olla, sabrá conducir sus pasos por la recta y delgada linea central. Ve y encauza tu senda, que el mismo camino te llevará hasta el fin de tus propósitos.
-Sus vÃas secretas conducen a los hombres amados por los dioses, a un fin que ni siquiera imaginas y tampoco te puedo nombrar. Es indispensable que ellos, los dioses que acompañan al Único y que viven en las alturas, hagan nacer dentro de tu corazón el ardiente deseo de alcanzarlo. La entrada del Templo de las cuatro Magnificas Pruebas y el de los doce caminos, está abierta a todo el mundo, pero compadezco a quienes tratan que buscar la salida por el mismo Portal cuyos umbrales franquearon, no habiendo conseguido sino satisfacer muy imperfectamente su curiosidad y ver lo poco que les es dado contar.
El anciano, después de saludarlo y despedirse le deseó buena suerte y más voluntad. Antes de volverse, lo miro y le formuló nuevamente la pregunta.
-¿En verdad quieres ser Medico? El muchacho asintió con un gesto e insistió en su propósito de recibir la Iniciación, salieron del templete donde habÃa pasado la noche y comenzó a escalar, detrás de su Maestro, el lado norte de la cima donde esta situado el Grandioso Templo Solar.
Al terminar de ascender y llegar a los portales del Templo, el estudiante se adelanta a su Maestro, sigue unos pasos y comprueba mirando atrás para despedirse, que el anciano lo ha dejado solo. Camina sin mirar ya a su espalda, el mundo que ha dejado atrás ya no le interesa. Después de mucho caminar, esperanzado llega a unas ciclópeas puertas de pulido bronce, siempre abiertas, de enormes dimensiones. Consigue con ansiedad a trasponer los imponentes portales que dan acceso a la penumbra interior, sabe de antemano que apenas ingresar debe dirigir sus pasos hacia la izquierda, se lo han dicho, allà se abre una pequeña cavidad que da entrada a un estrecho pasadizo. Un sacerdote menor del Templo lo saluda con una leve inclinación de cabeza, ya lo estaba esperando, con un ademán lo invita a seguirlo.
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Penetran en el corredor, éste se estrecha y el suelo toscamente labrado dificulta mucho el andar, encuentran unos escalones estrechos que descienden, también el techo se inclina, mas adelante se aplana el suelo y se hace mas angosto el pasadizo, el discÃpulo y su guÃa lo recorren al principio de rodillas y luego arrastrándose con dificultad, su ropa se hace jirones. El guÃa va delante con una lámpara, sÃmbolo del saber humano, que tenuemente alumbra su camino. Sabe que el fuego de la lámpara simboliza el espÃritu. La Iniciación en el Gran Templo equivale a la comunicación y comunión con los grandes misterios del EspÃritu, “la Unión en el Reino del Dios Interno, ver la Faz de su propio Maestro, estar con el Infinito y Celestial Padre a traves de su propio EspÃrituâ€?. Esa, Es la luz de los mil soles, pero muchas veces más excelsa. Es la brillante irradiación de la mente humana, la Luz del Pensamiento, la Luz del saber humano, la Luz del Conocimiento, la Luz que Atón concede a los que se atreven.
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Saliendo del ceñido pasadizo y llegados por fin a un rellano, se enfrentan a otra puerta, ésta es pesada, cuesta esfuerzo abrirla aunque con la fuerza de los dos por fin cede, cede pero lo hace lentamente, el paso abierto los conduce al exterior, a un espacio totalmente desconocido. Están lejos de los Templos y de la ciudad, se hallan en los lÃmites del desierto. Una inclinación de cabeza por parte del Joven Mentor y el aspirante es dejado solo. El ancho mar de arena, el desierto con sus colinas cual olas de una masa de agua siempre cambiante e inestable, a causa del viento que sopla siempre se yergue como un gigante ante el.
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 El tenue color plata ya relucÃa sobre las todavÃa calidas arenas del desierto, las sombras eran alargadas, Isis recién comenzaba su nocturno paseo, pero un cierto tiempo mas tarde, cuando emprendÃa su ascenso en el firmamento la fulgurante diosa, la resplandeciente, la de la brillante argentada faz, la compañera del Grande y Augusto Atón, la imperturbable Selene, la dueña de los ciclos, él, quien estaba ya dispuesto y querÃa permanecer para siempre en la virtud, ya solo, resignado y aceptando los designios de su destino y dejándose guiar de la mano de los dioses, finalmente obedeció el impulso de seguir adelante, en su faz se dibujaba la resolución de la voluntad que lo animaba.
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 Su energÃa entregada a servir definitivamente en la Casa de la Vida, habiendo pasado los exámenes de su valoración como aspirante y siendo el último por su temprana edad de entre los doce Supremos estudiantes Elegidos, por haber transpuesto todas las pruebas, tenia su preciado premio, ahora se dirigÃa solo en medio de la oscuridad de la noche, poniendo toda su ardor juvenil a cumplir con su juramento.
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 No conocÃa el camino, pero divisaba una construcción a la distancia donde apenas se delineaba un sendero. Se dirigió a el y resueltamente avanzó. Después de andar un tiempo que le pareció interminable, llegó hasta un Templo atravesando las todavÃa tórridas arenas, que aún conservaban el calor que nuestro Dios les impartÃa durante su diurna marcha por el azul espacio. Se aproximó con cierto temor hasta las puertas esculpidas y grabadas de brillante bronce, era la entrada al Gran Santuario, el de las majestuosas columnas, tenia apretado en su mano el papiro que lo hacia merecedor de su entrada en el recinto de las pruebas que debÃan de superar los aspirantes en aras de su vocación de servir a los dioses, debÃa entregar el Papiro donde figuraba el nombre del sacerdote director de la Casa de la Vida, y debajo el suyo, al guardia que custodiaba el portal de entrada del majestuoso y eterno Templo.
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 Ya, el guardián estaba sobre aviso y permanecÃa alerta, las instrucciones que habÃa recibido y que conocÃa de antemano, eran las que el Aspirante debÃa de ser despojado de todos sus atavÃos y metales. Prácticamente debÃa trasponer los portales únicamente con el faldin que usan los estudiantes. Sus manos debÃan de estar libres, no debÃa llevar atuendos, armas, dinero, metales colgantes ni nada que proviniera del mundo exterior y profano. Con cierto temor, pesar y duda, se desprendió también de la pequeña cruz ansada de bronce que colgaba de su pecho, era el ultimo recuerdo que le habÃa entregado en vida, su abuela paterna, hace ya mucho tiempo de eso, no tenÃa nada mas de ella ni de nadie.
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Todo debÃa ser depositado en un saco que a tal efecto le ofrecÃa el mismo custodio. Una vez cubierto ese primer paso, el guardia lo dejaba solo. Imprevistamente, saliendo de las sombras, un anciano, a quien le faltaba parte de la nariz y ambas orejas, mas parecido a los hijos del nefasto dios Seth, los horribles engendros del mas grande habitante de las profundidades de la Tierra, el perverso, mayor y maligno de los demonios, con una indicación de su mano, lo guió en completo silencio a través de un estrecho y tenuemente iluminado corredor, encaminaron sus pasos hacia una salida lateral del Gran Templo que daba directamente al desierto.
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Reflexionaba mientras seguÃa al desfigurado personaje que lo guiaba, cavilaba suponiendo que, seguramente éste debÃa de haber sido un animoso y valeroso guerrero perteneciente a las fuerzas armadas del Excelso Dios Faraón, habrÃa caÃdo quizás herido en algún campo de batalla y tomado cautivo y al no querer rendirse y pasarse al bando contrario sirviendo en los ejércitos enemigos, se le cercenaban la nariz y ambas orejas y se lo liberaba para vergüenza de su nación por su derrota, según las costumbres de los sanguinarios demonios rubios de ojos claros, allende de las fronteras del norte, del paÃs de la Tierra Negra, nuestra feliz tierra del Sagrado Gran RÃo.
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Se lo hacia de esa manera, para que arrastrara el recuerdo de su fracaso toda su vida, los que lograban salvar sus vidas, vivÃan recluidos en los mas profundos pasadizos del Gran Templo y ocasionalmente según el rango alcanzado, este debió de ser un General de alta jerarquÃa en su carrera militar, y en recuerdo de su valentÃa, por conmiseración y por los servicios prestados al dios Faraón y por no haber abjurado de su fe, lealtad y vocación, se les permitÃa esa clase de prestaciones, asà languidecÃan hasta morir, nadie los invocaba ya por su nombre, se los olvidaba en vida, sus cartuchos eran desgastados y reemplazados sus nombres al lado de las inscripciones en los monumentos que proclamaban la gloria del Gran Dios Faraón, sus grandes victorias y triunfos.
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DesaparecÃan en vida, pasando al Amenthi nebuloso concientemente, sus nombres que estaban inscriptos en los papiros reales, se borraban y ya en ningún tiempo ni tiempos, se volverÃan a desplegar para ser leÃdas sus historias, no existÃan, eran olvidados y las brumas del tiempo desplegaban una tupida nube que oscurecÃa y cubrÃa sus memorias.  Â
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 Siempre guiado por su acompañante, apenas atravesada la puerta lateral, ésta se cerró silenciosamente detrás de el, cuando quiso mirar atrás, se encontró solo, en un principio no conoció el sitio donde se hallaba, estaba al aire libre, pero recordando algunas lecciones y mirando el cielo estrellado, se guió a través de la Constelación del gran Anubis, el Perro Sagrado, implorando mentalmente que fuera su guÃa en su caminata a través del desolado desierto.
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Sabia donde dirigirse. Lo habÃa oÃdo comentar muchas veces en boca de sus compañeros de estudio. Los osados, los que querÃan comenzar y terminar las pruebas cuanto antes, impacientes, esperaban el momento de llegarse al Gran Templo, para demostrar asà su valor e inteligencia para superarse a si mismos, los débiles de carácter dudaban, temÃan Ãntimamente las pruebas, acudÃan a los adivinos para saber el curso de sus destinos, pero finalmente no habÃa otra cosa mas que acometer la tarea y aguardar.
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Se hallaba solo, sabia donde dirigirse, pero se tomó unos instantes de respiro, contempló el firmamento estrellado, la redonda cara plateada de Isis ya asomada en el horizonte le brindaba la luz necesaria para guiarse. Su voluntad lo habÃa traÃdo hasta allÃ, querÃa ser médico, querÃa aliviar los males y otorgar la gracia del hálito de la vida a los sufrientes que se lo pidieran, pero antes como dijo su padre debÃa conocer la muerte, la corrupción de lo que se desechaba y la incorruptibidad de los mas hermoso que tiene el ser humano que son su conciencia, su Ba y su Ka.
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Si, estaba decidido, seria médico, seria un sanador y curador de cuerpos y almas, no cambiarÃa ya de ninguna manera su decisión.
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Miró el oscuro firmamento, Orión, el Único, el resplandeciente, el gran centro del sistema estelar, la mansión de los dioses, el paraÃso primigenio, brillaba en toda su majestuosa intensidad.
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 Era ya plena la noche, Isis ya habÃa habÃa dejado los nupciales aposentos de su consorte, nuestro Grande y Poderoso dios Aton. Su luz, que era el reflejo del mas Poderoso, brillaba tal como lo hubieran querido sus ojos, la mas querida del majestuoso disco Solar, como lo sabe hacer en las noches donde exhibe su pletorica, luminosa y redonda belleza, lentamente y después de mas dos cuartos y medio de tiempo, llego hasta la llanura donde se erguÃa, imponente, fantástico y glorioso en su majestuosidad, el Grandioso Templo, el Único, el de las cincuenta y tres columnas, cada una de ellas ofrendadas al dueño dios de cada semana del año solar, estas podÃan ser rodeadas únicamente por tres hombres tomados de las manos, tal su anchura, además eran del numero exacto del año de Aton, levantado en honor a la dignidad del Mas Grande y Sublime Poderoso Faraón de los Cielos, el heroico y generoso dios, padre sublime y único de los dioses en la tierra, de los cielos y del infierno, allà donde acecha Seth, era éste el Gran Templo, el fastuoso y admirable santuario de Karnak.
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Sus columnas eran titánicas, grabadas y cinceladas, hechas de piedra caliza, tenÃan tal magnitud que lo hacÃan parecer más colosal aun, por las todavÃa difusas sombras que proyectaba la luz que emanaba de la diosa Isis, que tenuemente al principio y mas animosa después, habiase manifestado en la bóveda estrellada, en plena carrera por alcanzar a su Señor, su divino consorte.
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 Las imponentes estatuas del Faraón, cual la de los antiguos dioses, siempre mirando más allá del horizonte lo intimidaron un poco, pero pudo más su inclinación de pretender y poder acometer su propósito y asà continuó avanzando, a pesar del temor que se reflejaba en su expresión. Tiritaba, el frÃo de la noche del desierto, le penetraba y le calaba hasta los huesos.
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  Como culminación de su nocturna caminata, tratando de acallar el estruendo que en su pecho dejaba oÃr su corazón, subyugando sus emociones, se allegaba hasta los enormes y broncÃneos tallados portales y tomando el grueso y pesado mazo de bronce, que se veÃa a su costado, golpeaba con él hasta que se le respondÃa, desde adentro y a viva voz......
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 - ¿Quién sois? ¿Qué queréis? ¿Por qué nos vienes a molestar? ¿Por qué son interrumpidas asÃ, nuestras sagradas meditaciones? ¡Idos! ¡No serán abiertos los portales a la curiosidad!    Â
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Pero...
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 Al momento se abrÃa una puerta lateral, que no habÃa visto ni comprobado, pues la semi penumbra se lo impedÃa, se le entregaba una antorcha y se le indicaba un camino... todo en el más absoluto de los silencios...
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 El aspirante tomando la antorcha debÃa de avanzar, después de transpuesta una pequeña abertura en la pared, a veces agazapado, otras sobre sus rodillas, el pasadizo era tan estrecho que no habÃa forma de retroceder, estaba forzado a seguir, ahora discurrÃa a su lado un arroyuelo, una corriente de agua maloliente que fluÃa por debajo de sus pies, haciendo resbaladizo el suelo, se debÃa mover con sumo cuidado, sabia que una caÃda en esas circunstancias pondrÃa fin a su cometido, avanzaba por un húmedo corredor descendente que se estrechaba cada vez más, no habÃa ya vuelta atrás, lo angosto del acodado pasadizo no permitÃa la vuelta, bajaba en una espiral tallada en la viva roca, sentÃa a veces en sus pies unos pinchazos y mordeduras de formas que reptaban por sobre sus piernas.
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DebÃa seguir avanzando.
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 Este corredor desembocaba ante un pozo desde el cual ascendÃa un humo denso, negro y casi asfixiante que hacia que los espÃritus nada valerosos renunciaran allà mismo en su intento, los compañeros de Seth, el Maestro de los Infiernos danzaban a su alrededor, asà los veÃa en las engañosas volutas del viscoso humo. Desengañado, el débil se volvÃa atrás y el fracaso hacÃa que fuera una oportunidad perdida... pero el valeroso, persistÃa y resueltamente continuaba su camino...
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Más, allà en el mismo limite del abismo, no sabia que hacer, derecha e izquierda eran iguales y la oscuridad total. Adelante el abismo, atrás imposible, hasta que una casi fantasmal figura, a la sazón un discÃpulo con ropajes blancos que surgÃa de las sombras, con la cabeza cubierta por una reproducción del dios Anubis, el sagrado Chacal, compañero inefable del Gran Osiris, sorprendiéndole desde detrás, después de tocarle el hombro, para que se volviera, le hacia señas que lo siguiera... temeroso y aterrado por la fantasmal aparición, espantado y asimismo sobresaltado, no le quedaba otro remedio que caminar siguiendo a su silencioso GuÃa.
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Indicándole su predecesor el camino a cada tramo, guiándose por la luz de una diminuta lámpara, ambos descendÃan por una escalera mal tallada en la pura roca, los pies le escocÃan, las irregularidades de la piedra lo lastimaban. Llegaron inopinadamente hasta una abertura que los conducÃa por un estrecho sendero labrado también en la viva roca, igual de negligentemente trabajado.
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Al final del pasadizo y subiendo tres peldaños, se encontraba ante una enorme puerta de madera y bronce, iluminada por débiles candiles, sorprendido y cuando esperaba alguna otra indicación, mirando hacia sus lados ya no veÃa a su acompañante, no habÃa otro camino que el de seguir adelante. Ejerció presión en la puerta, pero ésta se resistÃa a moverse. Apoyó sus dos manos, desplegando fuerza también con su hombro y rodilla, por fin se abrió lentamente después de unos instantes sin hacer ruido alguno, pero apenas pasar el rellano y transponer la entrada, la puerta se cerró inmediatamente tras el, con gran estruendo, el estrépito primero y el verse nuevamente encerrado, lo aterraba, sentÃa que todo eso era como una verdadera trampa que lo enclaustraba dentro de la elevada estancia, estaba encerrado en la misma roca, lo de las difÃciles pruebas ahora tenÃan significado para su espÃritu.
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 Era demasiado tarde para volver, no sabia donde se hallaba, no tenia conocimiento de donde se encontraba, habÃa perdido la orientación, no sabia si era arriba o abajo, norte o sur, tenia que avanzar e imponerse a sus temores... no habÃa otra salida ni alternativa mas que prodigarse, tener valor y seguir su cometido, se encomendó al dios de los caminos, al mensajero de los dioses, el que tenia alas en los pies...
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 Sus gritos y golpes, no obtenÃan respuestas lo mismo que sus llamadas, solo un lejano eco le respondÃa, se podÃa decir que estaba emparedado, no habÃa forma de ver nuevamente la luz. La oscuridad era total, Aton y todos los dioses a quienes invocaba desde niño, se habÃa olvidado de el y de sus constantes súplicas. Su ansiedad por terminar era superior a todos los temores. Estaba a punto de sentir la tan temida claustrofobia. El tiempo discurrió lentamente, avanzaba pegado a la pared, sus ojos se acostumbraron un poco a la tenebrosa ausencia de luz reinante. Siempre con mucho cuidado y tratando de afirmar sus pasos, se encontró inopinadamente con una cavidad justo delante de el, si no hubiese caminado con sigilo palpando las paredes y avanzando lentamente, con mucho cuidado y tratando de percibir, a pesar de la oscuridad, atendiendo donde ponÃa sus pies y hacia donde se dirigÃa, irremediablemente hubiera caÃdo en ese pozo que suponÃa insondable, allà se hubieran terminado finalmente su vida, sus esperanzas y sus afanes, los desniveles del terreno que pisaba, le lastimaban la planta de sus pies y eso hacÃa que tuviera mas cuidado todavÃa.
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Se detuvo, el pozo era enorme y se abrÃa justamente delante suyo, a pesar de que trataba infructuosamente, no podÃa vislumbrar el fondo, pero lentamente y a medida que sus ojos se acostumbraron a la leve y tenue claridad que venia desde un desconocido lugar desde arriba, observó con dificultad, adosada a su derecha, incrustada a la pared, una escalera de un metal oscuro. Esperó que el pequeño vislumbre que venia desde lo alto, pudiera darle la oportunidad de calcular el salto que debÃa realizar, para poder llegar a aferrarla, aguardó unos instantes a que su visión tratara de acostumbrarse un poco más a las tinieblas reinantes.
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 Llegó por fin el momento, respiró profundamente, se animó y lo hizo, sus piernas realizaron un enorme y sobrehumano esfuerzo al saltar, alargando sus brazos al máximo, se pudo por fin después del casi suicida arrojo, asirse firmemente a una manilla, y lentamente con la fuerza de sus músculos, fue ascendiendo por la escala hasta llegar al final, el metal que le servia para ascender le lastimó mas todavÃa las plantas de los pies, al llegar al descanso se sentó un instante frotándose las plantas de los pies, para aliviar el dolor, el liquido viscoso que le impregnaba las manos le daba a entender que estaba sangrando por las lastimaduras.
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Una estrecha entrada se abrÃa ante el, la traspuso e ingresó en una pequeña habitación donde un casi consumido cirio, le mostraba con su parpadeante y ya débil luz, una estrecha, despintada y húmeda estancia.
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En el pequeño habitáculo, la opresión era casi asfixiante, pero se ciñó a su obligación, se acercó a una estera, delante de ella observó que habÃa un papiro de baja calidad, donde estaba inscripto un testamento a rellenar, su postrer testamento que debÃa escribir, estaba delineado con los caracteres antiguos, los que aun se usan en los arcaicos Templos y que el conocÃa tan bien, aunque ahora en estas épocas habÃan caÃdo en desuso. Pocos escribientes conocÃan ya los antiguos signos.
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Una efigie pequeña de Aton, desde un pedestal, tallado en oscuro alabastro lo observaba fijamente.
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 Cogiendo una de las gastadas cañas, escribió con dificultades por la aspereza y mala calidad del papiro su postrera voluntad, todo lo poco que habÃa alcanzado a atesorar en su trabajo de los primeros tiempos de estudiante de escriba al servicio del Templo, su humilde casa en el barrio de los cesteros, sus enseres, su tintero de pulido bronce y sus cañas, sus herramientas para afilarlas, lo legaba a quienes habÃan sido, en la vida profana, su querida esposa Methery y su pequeña hija, la querida Nefer. No tenia nada más. Lo único que le quedaba era lo que atesoraba en su impetuoso y vehemente corazón
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    Terminó de escribir, con los dedos manchados por la tinta, y dejando el papiro desplegado sobre un trÃpode, miró hacia todos lados tratando de guiarse para ver que era lo que tenia que hacer, cual serÃa su meta era seguir, estaba ansioso por proseguir pero no sabia hacia donde le llevarÃa su próximo paso. Después de una observación minuciosa por todas las paredes del templete alcanzó a ver una disimulada pequeña abertura lateral muy mal iluminada. Por más que esforzó su vista tratando de hallar alguna otra puerta o cavidad, no vio otra, asà que hacia ella dirigió sus pasos.
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 Era una entrada, debÃa de seguir la única galerÃa que tenÃa ante su vista, ésta, tan húmeda y tenebrosa como las anteriores, se abrÃa lúgubre delante de él, oÃa voces y quejidos lejanos, sombras fantasmales cruzaban su vista, trató de marchar y evadirse de ellos, pensando en otras cosas, pero inmediatamente se detuvo jadeante y temeroso, el recuerdo del pozo sin fondo lo acobardó, además parecÃa que espectros, halos de sombras fantásticas lo rodeaban y evocaban ante sus ojos el reino de los que ya no estaban en los valles de los vivos, parecÃa que el Tenebroso Señor de los Infiernos el denostado Seth, se erguÃa ante él impidiéndole avanzar, hasta sus oÃdos llegaban sollozos, clamores, quejidos y el ruido del quebranto de huesos y el crujir de dientes, hasta creyó sentir nuevamente pequeños roces y leves rasguños...como de insectos y pequeños roedores rozándole los pies.
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    Pero, todo eso, se decÃa, no es nada. Tratando de serenarse, una vez dominado el pánico, valeroso proseguÃa su camino.
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 Inopinadamente y emergiendo de la nada, tres hombres, ataviados cual los grandes calvos sacerdotes del Templo, se le presentaban delante y uno de ellos aferrándolo por el cuello le gritaba.
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 ¡! Pasa si eres osado!! Al momento los tres lo acosaban y se erguÃan delante de el impidiéndole el avance. No podÃa rehuir la confrontación. No tenÃa otra salida que pelear. Y debÃa de trabarse en lucha contra los tres, cada uno a su tiempo después que le formulara la misma pregunta, tenia que ser sometido, los guardines de las profundidades luchaban con denuedo, lo golpeaban salvajemente, el sabÃa que le iba la vida y su futuro en ello y no tuvo misericordia, se transformó y tomó forma en lo que de él quedaba, la valentÃa casi salvaje de los hombres de las tribus de pelos rubios y ojos azules del norte, el temor templaba sus jóvenes y musculosos brazos y trabándose en contienda denodadamente, terminaba dominando a sus adversarios y ponerlos en fuga, solo asà se le permitirÃa seguir y afrontar las sucesivas pruebas...
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 Hallándose nuevamente solo, después de los alaridos y la lucha feroz, jadeando y dolorido por el efecto de los golpes y el cansancio del combate, se tomaba un pequeño resuello, la sed lo abrasaba, pero después de un pequeño lapso, persistÃa nuevamente en su camino, hallándose, luego de un recodo, con un gran fuego que le impedÃa el avance, miraba hacia ambos lados, no tenia por donde escapar, estaba en medio de un túnel, seria consumido su cuerpo por la llamas, que se proyectaban amenazadoramente con su calor hacia el, serÃa convertido en cenizas, y lo peor e insospechado que le podÃa suceder, era que no tendrÃan su KA ni su Ba, ni un cuerpo momificado, ni un lugar donde volver, no tendrÃa quien dejara alimentos para consumir en su paso al transponer los umbrales del Amenty, la oscuridad y las brumas mas negras era el lugar donde morarÃa su espÃritu, el paÃs de los tenebrosos dioses antiguos y olvidados de las insondables e infinitas regiones intraterrenas...
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Cayó de rodillas, levanto sus brazos a las alturas, implorando al AltÃsimo como cuando era un niño.
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 ¡OH! Aton, ¡OH! Excelso Dios mÃo, ¡Tu por siempre el misericordioso, el piadoso y caritativo! ¡Por que me has abandonado...! Que haré ahora sin tu infinita gracia! ¡Que podré hacer con estas abrasantes flamas!! ¡Por favor te suplico padre mÃo, vuelve nuevamente tu resplandeciente Faz hacia mi! ¡Dirige tu mirada hacia tu discÃpulo e ilumÃname! ¡Dame el valor que concedes a tus favoritos!
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 El calor emanado de las llamas era asfixiante, pero no habÃa mas camino que atravesarlas, el riesgo de las quemaduras no lo detenÃa, no habÃa otro pasaje, cual seria la extensión del fuego, lo ignoraba, pero, no existÃa otro sendero, asÃ, resueltamente se armaba de coraje y se lanzaba hacia ellas y al hacerlo, caÃa en la cuenta de que solo eran una ilusión, un encantamiento, desaparecÃan, se esfumaban, vaya a saber como lograban esto, los Sacerdotes Magos del Templo. En algún momento debÃa de averiguarlo, pero eso quedaba para más adelante.
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 Su camino estaba más allá y ya mas calmado, se topaba con un gran torrente, las frÃas aguas que debÃa de atravesar lo vivificaron un poco, no hizo pie, tuvo que nadar por debajo del agua y pasar por el pasadizo del cual se vislumbraba luz, la corriente rápida lo ayudo a pasar, emergió y se asió a unas rocas, jadeante por el esfuerzo, aterido por el frÃo, subió a la pequeña vereda esculpida en la roca y prosiguió su camino, luego otros obstáculos, por los cuales tropezaba, caÃa, y rodaba, se lastimaba, pero se apegaba a la vida con la vehemente desesperación del que desea ver coronado con éxito su tarea. AsÃ, lastimadas sus manos, herido, jadeante y tratando de ver en la más densa oscuridad seguÃa avanzando...
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Posteriormente llegaba a un rellano, se hallaba ante una formidable y enorme puerta de bronce, estaño y madera, toda plagada de inscripciones sobre la historia de arcaicos dioses relegados y desconocidos de otras eras, empujando suavemente las puertas estas se abrÃan y entraba a una sala, ornada con las efigies de Osiris, Horus e Isis, colocadas en una pared donde más arriba, en un triangulo que albergaba en su centro un enorme resplandeciente rubÃ, este era el fulgurante Ojo de Horus, el ojo luminoso del ser divino que todo lo ve... penetrando aún en lo mas recóndito del alma humana, el Ba y el Ka, no tenÃan como escapar de la aguda y sutil mirada del dios, el todopoderoso Faraón y Señor de los Espacios Infinitos, el dueño, el amo y señor de la Inmensa Majestad del Cosmos, el Creador del Todo.
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 En medio de cánticos sagrados e incienciando todo el recinto, acudÃan entonces a su lado, sorprendiéndole, unos sacerdotes vestidos magnÃficamente, cubiertas sus vestiduras de piedras semi preciosas y bordadas con hilos de oro, mientras se escuchaban salmos en loor a los dioses que cubrÃan las paredes.
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Los papiros sagrados que traÃan en sus manos estaban escritos con tinta de polvo de oro y plata.
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Saludando al neófito, le decÃan.
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  ¡Gloria a ti! ¡! OH!! ¡! Hijo y discÃpulo del Triunfante Gran Anubis!!... Tú has vencido las pruebas del mundo, las pruebas de la Gran Madre Tierra, has glorificado al dios del conocimiento que por medio del fuego te sumió en la desesperación, pero gracias al valor y tu férrea voluntad pudiste pasar y estar ahora entre nosotros. Agradece también a la Gran Madre Isis, la inefable, la que amamantó a su Hijo el grande y Misericordioso dios de los Espacios Infinitos, la siempre misericordiosa, la dueña y protectora de los cielos estrellados y Eternos, para que ella te conceda pujanza y energÃa para las siguientes pruebas que te falta cumplir.
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 Ahora tienes que confesar tus pecados ante este ojo divino que todo lo ve, este es el ojo de Dios, del Señor de la Creación, nuestro Magnánimo y AltÃsimo Aton, el resplandeciente, el dueño y señor del infinito y de todo nuestro sistema.
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 AparecÃan en ese instante, otros tres hombres completamente calvos vestidos cual jueces de color rojo y con albornoces de color amarillo listado de negro, de acuerdo a su investidura, se sentaban frente a el.
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Estos eran quienes recibirÃan las confesiones del neófito.
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Inmediatamente de haber terminado el cometido, lo absolvÃan pero le presentaban tres copas, una contenÃa la bebida del olvido, la segunda la de la memoria y la tercera de la eterna verdad, la primera de ellas hedÃa, tenia el amargo sabor de la hiel, la siguiente, dulce, le hacÃan olvidar el sabor de la anterior, por fin la tercera era la vivificante y natural agua que le ayudaba a calmar su sed...
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  Lo dejaban solo... más... señalándole una puerta.
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  DebÃa de abrirla, antes la observó y su asombro no le permitió ver con la suficiente admiración que realmente sentÃa y quisiera, la madera de la puerta, ésta estaba ricamente tallada, estaba recreada toda la historia de la creación de los dioses y los hombres con incrustaciones de piedras semi preciosas, el trabajo perfecto hecho por vaya a saber que artesanos grabadores, habÃan dejado estampado para la posteridad su trabajo, asÃ, dejando de lado la obra de arte, volviendo sus ojos, resueltamente, emprendÃa su camino, debÃa de avanzar por unas galerÃas y corredores, hasta encontrarse, transponiendo un desvencijado portal, en un aire casi irrespirable.
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Desembocó en una sala maloliente, la fetidez era insoportable, le recordaba el hediondo olor de los sepulcros y parecido a los gangrenados miembros sin cura de los que caÃan en los campos de batalla.
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 Se encontró con unos hombres que lo miraban con odio y desprecio, hedÃan como los sepulcros, pálidos, sucios, vestidos con harapos, de vaya a saber a que olvidados muertos pertenecieron, eran estos los embalsamadores del interior de las tenebrosas oquedades subterráneas del Templo, que le obligaban a comprender, el paso de la vida a la muerte, obligándolo a trabajar un cierto tiempo con ellos, para que dedujera y meditara de lo efÃmero que era el soplo de la existencia y lo rápido del paso al eterno Amenthy.
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 Durante su estancia, mientras estaba ocupado en sumergir los cadáveres en el natrón, le lanzaban a risotadas todo tipo de órganos humanos, heces, lo insultaban, lo agredÃan con injurias de las más soeces a carcajadas, lo metÃan dentro de las enormes tinajas donde reposaban los que ya no eran. Observaba miradas de lascivia animal, dirigidas a alguna joven muerta en algún accidente, estos compañeros de Seth, ya no pertenecÃan al género humano, sus mismos dioses los habÃan repudiado, servÃan a los carroñeros hijos de Tiphón, el asesino del Noble y AltÃsimo Osiris. Tiphón, dios de las profundidades, incluso Él, volverÃa asqueado repulsivamente su faz, ante estos malditos, ignotos y olvidados engendros de los fondos del infierno.
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 Todo esto tenÃa que soportar en silencio y sin embargo, sin tregua, tratando de terminar cuanto antes su cometido. Sin embargo con el pasar del tiempo, a pesar de los malos olores y la repulsión que le causaban los cuerpos en descomposición comenzó a interesarse por la constitución interna de los cadáveres, sus diferencias, los órganos mas delicados como ser los dos corazones, uno rojo y otro negro, uno en el centro del pecho empujando la sangre por todo el organismo y el otro a la altura del estomago, depurando y purificando el organismo de todos los excedentes. Ello le llevo más tiempo del que se le habÃa asignado, estuvo un tiempo superior del que se consideraba justo, finalmente también pasó esa prueba, la instrucción que adquirió, de lo que es el interior del cuerpo humano lo asombró de tal manera que persistir voluntariamente en la enseñanza de la momificación fue para el un asunto de estudio. Ese tiempo mayor de lo previsto en su permanencia fue aleccionador, pues un anciano nubio, de piel negra como la noche, uno de los pocos que hacÃan su labor en silencio, en los momentos en que reinaba un poco de calma, le enseñaba todo lo que su espÃritu aspiraba conocer del interior del cuerpo humano, en verdad pensaba, que frágil e inconsistente es el asiento de la vida.
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Pero, no le dejaron elección, varias veces lo evitó pero sabÃa que debÃa seguir y asà se lo indicaron unos sacerdotes menores que tapándose las narices con envolturas embebidas en incienso y semillas de clavo de Oriente, volviendo sus espantadas miradas para no ver los repulsivos lugares, lo tomaron de los brazos y casi alzándolo lo obligaron a trasponer la puerta de esos infiernos.
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Las puertas les fueron abiertas, pero cayeron sobre el y sus acompañantes, antes de franquearlas, todo lo que le arrojaban a risotadas y soeces burlas, desde ese antro de demonios, órganos humanos, manos, pies, cabezas, pero lo peor eran los insultos de los hediondos habitantes de la casa de la Muerte. El nauseabundo y repulsivo olor de la muerte siempre persistirÃa en su memoria... Durante toda su vida…
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Recordaba de niño, cuando cumplió 7 perÃodos de la expansión del Gran RÃo Sagrado, haber solicitado a su padre cuando este le preguntó sobre su destino al ser mayor, que su deseo era ser militar, integrar las fuerzas armadas del Ejercito del paÃs de la Tierra Negra, pelear contra los enemigos del Gran Dios Faraón y asà cubrirse de riquezas y gloria.
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 Su padre, lo miró en silencio, era un sabio pero pobre medico de villas, que apenas ganaba para su sustento, pues atendÃa a menesterosos, indigentes y famélicos. Tomándolo de la mano según la costumbre del paÃs de la Tierra negra, lo condujo sin proferir palabra, por las estrechas callejuelas del pobre poblado del barrio de los cesteros donde residÃan. Al fin llegaron a una pobre casucha, entretejida de juncos y barro. Un anciano, de rala cabellera, desdentado, manco de su brazo derecho, sentado a la sombra de un viejo sicómoro, cuando vio llegar al medico, mi padre, se levanto de su sucia y raÃda estera, para saludarlo efusivamente.
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 Al instante una anciana mujer salió de la choza, haciendo reverencias y ofreció a mi padre un cuenco de refrescante agua de rosas. Asombrado, observé a mi padre mirando con desconfianza el cuenco, agradeció a la anciana su gesto y para no ofender en su humildad a la vieja mujer, bebió un sorbo.
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Hola, Gran Phathaon, amigo mÃo, dijo mi padre ¿como estas hoy?
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El desdentado anciano sonriente le respondió que bien, que gracias a Atón, todavÃa se mantenÃa sobre sus dos piernas, pero que de grande nada, eso era agua pasada, que sus rodillas todavÃa lo sostenÃan aunque no como en sus años mozos, que extrañaba a sus hijos y nietos que ya no venÃan a verlo, pero que él y su anciana esposa agradecÃan y deseaban la mejor de las fortunas a su medico, que les atendiera gratis, sin sus cuidados y sus medicinas jamás hubiera podido salir con vida del ultimo episodio de su vejiga, hubiera muerto sin remedio en medio de grandes dolores.
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-Pero Sahmré, médico amigo mÃo ¿Qué te trae por aquÃ? Sabes que mi humilde casa es toda tuya, pero veo que estas acompañado del chiquillo, que advierto por sus ojos que los tiene azules, del mismo color que los de su madre y su padre. Tiene el mismo color de los demonios del paÃs del norte, asà que supongo que será tu vástago.
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 Phataón, vengo a que aconsejes a mi hijo, tiene para su futuro las ansias de ser militar, quiere abrazar la carrera de las armas, para cubrirse de gloria. ¿Tu que le aconsejas?
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-¿Militar? ¿Soldado? ¿Seguir la carrera de las armas? ¿Gloria? El hombre se levantó de un salto. El espanto desdibujaba su rostro.
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- Mira hijo, es loable tu actitud, quisieras erguirte por sobre los demás, cubrirte de gloria, ser admirado y bien pagado y recompensado con gruesas cadenas de oro que el Gran Faraón te recompensará, pero recapacita bien y mÃrame, observa con detenimiento al hombre que esta delante de ti. Yo también fui militar, quizás hayas oÃdo hablar de mi, pues intervine en la gran batalla de Kush, contra los demonios rubios del norte, esos de donde eres originarios tu y tu padre, hace ya muchos años, sirviendo al padre del actual dios Faraón, el grande y tempestuoso, que cubrÃa las distancias en su carro de guerra, allà me cubrà de gloria, perdà el brazo a causa de una herida que no curó, fui ascendido de rango, recibà collares y brazaletes del mejor y mas fino oro del Faraón y luego expulsado de las filas, ¿Quién querrÃa como compañero de batalla, a un manco que no podrÃa sostener un escudo de pesado bronce y también empuñar una espada?.
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Después de eso fue que lentamente comencé a languidecer, a vivir de los recuerdos, perdà todo mi prestigio y mi buen nombre, mis hijos antes orgullosos de su padre, volvieron sus furtivas miradas y se fueron, todos mis amigos y apoyos, corrieron lentamente por el camino del olvido, se fue lentamente mi vida junto con el oro del Faraón y ahora lo único que espero es reunirme con mi Ba y mi Ka, a mis ancestros, pero eso también lo temo, siento con pesar que mi cuerpo ni el de mi querida y fiel anciana esposa no serán momificados, no tengo ya nada con que pagarles a los embalsamadores del Templo, no podré volver a ser alguien nunca, moriré olvidado e insepulto entre las arenas del ancho desierto, nadie dejará alimentos delante de mi tumba, seré carroña para las aves del solitario desierto, nunca me serán franqueadas las puertas de los cielos, para poder vagar alegremente en los dulces jardines del Grande y Sabio Aton, estará perdida y ciega mi alma, en los inmensos e insondables espacios mas allá de los lugares del Amenthy.
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Y guiñando un ojo a mi padre, se dirigió a mà y seriamente me dijo.
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¿QuerrÃas ser militar ahora hijo? ¿Lo harÃas después de haberme visto? Estudia la profesión que te ayudará a salvar vidas, retoño, no para cercenarlas, sé como tu padre. Entra al templo del Gran dios Toth, el padre de todas las ciencias, ese que vela por todos y una vez allÃ, escoge tu destino, olvÃdate de las glorias y riquezas, estas son efÃmeras y se pierden en un instante como la arena arrastrada por las aguas, pero salvar vidas te dará al menos el agradecimiento para siempre de quienes tuviste en cuenta.
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 Ese agradecimiento quedara registrado en la memoria de las familias y sus dioses por generaciones, hablaran y escribirán de ti como de un gran sabio, sus alabanzas llegaran a ti en forma de cálidos susurros y alientos de vida y esa será tu única y mejor recompensa, el reconocimiento de haber servido a tus semejantes, en este mundo de incertidumbre y tinieblas.
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Su padre de regreso a casa, le inquirió, hijo, ¿Que quieres ser ahora que has visto? ¿Que camino piensas seguir?
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Lo miré en silencio, su figura se agigantó y me pareció que se transformaba en uno de esos dioses del Gran Templo, esos que desde las alturas observan a los hombres. No me atrevà a decir nada.
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Bien, mañana es un buen dÃa como cualquier otro, te llevaré al Gran Templo, el Sumo Sacerdote fue en un tiempo condiscÃpulo mÃo, te aceptará, lo hará por mi, a pesar de no poder pagarle como corresponde, comenzarás como estudiante, aprenderás el arte de la escritura, será lo mejor y cuando estés listo, entrarás en la casa de la Vida, donde se aprende el mantenimiento de la salud y la existencia, pero nunca olvides que antes, deberás poner tus pies ante los portales de la Luz.
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Nunca olvidarÃa las palabras de su padre.
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Resonó en su interior un grito, recordó de pronto donde se encontraba.
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 Al proseguir su camino, la fetidez de la muerte lo seguÃa, se habÃa impregnado en su piel, como si todavÃa no hubiera salido de la Casa de la Muerte. Sus manos embebidas con el natrón y las sales de las vendas, se habÃan enllagado, las heridas le sangraban impregnando las sucias vendas.
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Se preguntaba si podrÃa persistir las pruebas. Llegar a la Casa de la Vida, era su ambición, allà donde se comprenden y curan las heridas del cuerpo y del alma. Ahora si, debÃa y querÃa ser medico, pero antes debÃa de triunfar en estas difÃciles experiencias.
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 Todo su ser se estremecÃa, recordando los cadáveres inmersos en las espesas sales del mar de los muertos mas allá de la frontera norte de la Tierra del Gran RÃo, los cadáveres, desconocidos, apilados unos sobre otros, muchos de ellos dejados a la mano de Atón, tirados en el suelo, esperando vaya a saber que tratamientos, para terminar su momificación. Cavilando, pensó que el paso a la vida eterna, para llegar al paraÃso prometido de los dioses, no era fácil, era por demás complicado y arduo en realidad.
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 Y quienes se confiaban en el Templo, para alcanzar a percibir la Faz Resplandeciente de nuestro Señor, una vez puestos sus pies en la otra orilla del Firmamento Sagrado, para estar con él Mas Grande, el Gran Señor Aton, el mas brillante, sentir siempre y en todo momento sus rayos vivificantes aun en pleno desierto estelar donde todo era la nada, estaban equivocados, no creÃa ya, que nunca podrÃan ver la Cara Brillante de nuestro Señor, tener la alegrÃa y la sonrisa de ver y adorar eternamente a nuestro Salvador.
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Lo dudaba, y vacilaba seriamente en sus creencias. La vista de la muerte y su insondable misterio, lo habÃa sorprendido.
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Lo dejaron otra vez solo.
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 Se orientó con temor y lentamente, hacia una estrecha y húmeda galerÃa, pensó que esta debÃa de ser la siguiente prueba, al encaminarse hacia la luz que veÃa en el fondo de la estrecha senda. Inopinadamente, sin esperárselo siquiera, fue flagelado brutalmente desde ambos lados, quienes lo hacÃan estaban detrás de las oquedades de las paredes y no se daban descanso en su tortura, eran seres totalmente invisibles y desconocidos, su espalda y sus brazos le escocÃan de los golpes recibidos, pero el sabia que si paraba, seria mucho peor, no habÃa lugar para una lucha, cayo sobre sus rodillas, se lastimo pero levántose prestamente, los porrazos le llovÃan desde todos los ángulos y su único pensamiento era a pesar del dolor que le infringÃan los golpes, tratar de no sucumbir y salir de esa situación de desamparo.
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Asà que con decisión, siguió avanzando hasta que una corriente de aire, le indujo a pensar que habÃa salido de esa pesadilla, corriendo y liberado de esas furias, jadeante, se dio un pequeño descanso, siempre temiendo que al no salir de allà se repitiera esa prueba, aspirando un poco de aire y un pequeño instante de reposo, cuando observó por una pequeña abertura desde donde emanaba una tenue luz, que alguien se le acercaba.    Â
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Un joven iniciado, muy lozano, casi imberbe, poco después, lo conducÃa por un subterráneo hasta un pasadizo muy estrecho, la alegrÃa y el alivio se dibujó rápidamente en su semblante, reconocÃa los tallas de esas paredes, eran las del primer subterráneo del Templo donde se guardaban los utensilios e instrumentos sagrados, ya conociendo el camino, se apresuró, abrió la puerta de madera de cedro, ricamente cincelada, volviendo nuevamente a la superficie por las escaleras que tan bien conocÃa.
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Su corazón latÃa locamente, creÃa por fin, haber alcanzado el éxito.
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 VeÃa por fin, aliviado, dolido y cansado, la luz del dÃa.
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 Su boca lanzaba una exclamación de júbilo. Elevó sus brazos al cielo, en señal de triunfo. Como si de un ensueño se tratase se abrÃa ante el un magnifico e intensamente iluminado y deslumbrante totalmente pintado de blanco e inmaculado salón, unos amplios ventanales sostenidos por columnas ricamente talladas, miradores que llegaban a ras del suelo, adornados con unos cortinados del mas tenue, blanco y fino de los linos.
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Se hallaba un paso mas allá, ante un inmenso jardÃn, propios de los dioses, este, se extendÃa hacia todas direcciones ante su vista, estaba agradablemente poblado de árboles de coloridos y desconocidos frutos, cuajado de flores de deslumbrantes variedades, pájaros de todo tipo, hacÃan la vista agradable y placentera, el aire tibio que procedÃa del desierto lo tonificaba, atravesando los senderos, nuevamente se enfrentó a otra galerÃa abierta y siguiéndola apareció frente a otra, ésta estaba bordeada en toda su extensión por esfinges, cuyos cuerpos eran de león y la cabeza humana, eran invariablemente hembras y machos, unos al lado de otros, la galerÃa techada, llegaba hasta la entrada de un Templo menor, fuentes desde donde fluÃan transparentes aguas, atrayendo a pájaros de abigarrados colores que llenaban el aire con sus melodiosos trinos.
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Traspuso la entrada y alcanzó una zona más oscura, sus ojos apenas se acostumbraban a la oscuridad del Templo, le pareció raro, pues siempre sea de dÃa o de noche, los templos invariablemente están iluminados por las lámparas de aceite que cuelgan desde las paredes. La luz que irradian es débil, pero suficiente para indicar el camino, Â
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 Cuando en un recodo, distinguió una muy débil y pequeña luminiscencia. Se encaminó hacia ella, y a través de la semi penumbra en que se encontraba, por fin, llegó hasta una pequeña puerta, la empujó y resueltamente la franqueó.
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Se encontró con una habitación pequeña, bien iluminada por infinidad de candiles, a pesar de eso, las sombras hacÃan mas fantasmales las figuras talladas de los dioses menores del panteón que acompañaban siempre al Gran Aton, estas figuras coloridas de dioses de ojos policromados, guardaban las paredes, la escritura grabada en las cuatro paneles invitaba a la lectura y la reflexión, mas la urgencia interior del joven, lo hizo encaminarse a la próxima puerta, de pulido bronce. Todas las indicaciones eran que debÃa seguir, esta también la traspuso y se encontró casi a golpe de jarro, frente a el mirándolo fija e insistentemente, ante Maat, la diosa Virgen, la diosa de la Suprema Verdad.
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 Se sobresaltó, creyó que se trataba de un ser vivo, que la misma diosa habÃa descendido de los cielos y se le manifestaba, pero luego cayó en la cuenta que se trataba de una efigie, estaba tallada de tamaño natural, de allà su consternación, supuso al verla imprevistamente, que se trataba de un ser vivo, quizás fuera la misma Diosa en persona que se le ponÃa delante.
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La recordó, pues en las lecciones que eran impartidas por el Maestro Arquitecto del Templo, siempre se conversaba sobre Maat, la diosa de la Suprema Veracidad.
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Mirando todas las paredes, encontró grabados de escritura antigua y figuras policromadas.
Comenzó a leer con dificultad los jeroglÃficos tallados según la antigua usanza, por no estar habituado a ellos, apenas los recordaba.
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 Te reverencio, OH Gran Diosa, Maestra de la Verdad, he venido a Ti, Oh mi Virgen Diosa, y he resuelto conocer Ãntimamente tus secretos. Te conozco y estoy de acuerdo contigo y con tus dos grandes y cuarenta leyes pequeñas, que coexisten Contigo en esta cámara, la de Maat, la Diosa de la Verdad Absoluta.
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En Verdad estoy de acuerdo contigo y te he llevado sobre mi corazón, como Maat la de la verdad absoluta, constantemente en mi mente y en mi alma. Siempre he tenido en cuenta tus veintidós verdades absolutas
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He destruido la maldad por Ti.
No he hecho mal a la humanidad.
No he oprimido a los miembros de mi familia.
No he inducido al mal, en lugar de la justicia y la verdad.
No he tenido intimidad con hombres indignos.
No he exigido la primera consideración.
No he ordenado que se realice para mÃ, un trabajo excesivo.
No he propuesto mi nombre para ser exaltado a honores indebidos.
No he defraudado en sus bienes a los oprimidos.
No he hecho que nadie sufriera hambre.
No he hecho llorar a nadie.
No he hecho que se inflija dolor a hombre ni a animal alguno.
No he defraudado al Templo en sus ofrendas.
No he disminuido la medida de los cereales.
No he hurtado tierra.
No me he introducido en campos ajenos.
No he aumentado las pesas de las balanzas para engañar al vendedor ni he leÃdo Â
     mal el fiel de las medidas para engañar al comprador.
No he impedido que beban leche los niños.
No causé mal a las viudas ni a sus hijos.
No he detenido el agua que debÃa correr.
No he apagado el fuego cuando debÃa arder.
No he rechazado a nuestro Dios en Su Manifestación.
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Asà pues, soy puro, soy puro, soy real y verdaderamente puro.
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Soy la refulgente Luz de Maat, soy la brillante Luz de Maat, soy la candente Luz de Maat, que se manifiesta, que se manifiesta, que se manifiesta.
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Mi pureza es la pureza de la Divinidad del Templo Sagrado.
Por todo esto, no me sobrevendrá mal alguno.
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Conozco las leyes de Dios, el Grande y Reverencial y misericordioso Atón, que son tal cual es Él, nuestro Venerado y Amado Señor, Creador del Vasto Infinito Universo, Sostenedor y Equilibrante de toda la Creación y Quien nos vuelve amoroso al no ser, el Dios Inmanente e Infinito.
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Mientras se movÃa en el pequeño templete, tuvo que observar con detenimiento si era en verdad una ilusión, pues le habÃa parecido que los turgentes pechos de la Diosa, apenas velados por una maravillosa y tenue tela esculpida, se movÃan acompasadamente, como si en realidad respirara y viviera, miraba asustado de soslayo a la efigie excepcionalmente tallada de la Virgen, pereciera que alentaba, y que sus ojos estaban clavados en los suyos.
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No dejaba de estar temeroso y expectante, habÃa oÃdo decir, que dioses que parecÃan de piedra tallada, por un encantamiento especial, volvÃan a la vida, su mente le decÃa que eso era imposible, pero en su pais de la Tierra Negra, los hechizos de los Sacerdotes del Templo eran en verdad desconocidos, temÃa que esto sucediera ahora, asà que se apresuró a terminar de comprender la escritura grabada en la piedra.
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Apreció a continuación en otra de las paredes, donde se leÃa, grabados con los mismos antiguos signos.
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¡OH!, Viajero del tiempo y de los tiempos, medita y graba estos mensajes en lo mas profundo de tu corazón, que te sean arrancado tus ojos, vertidas tus entrañas en la triste y sedienta tierra, cercenada tu virilidad, si habiendo leÃdo y meditado todo lo aquà grabado, sales sin el convencimiento de convertirte en un verdadero hermano de nuestra Gloriosa y Venerada Maat, te trocarás asÃ, en un refulgente escudo de la realidad, una broncÃnea espada defensora del recto y justiciero camino de los hombres justos e ilustres.
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Luego de meditar profundamente en lo que habÃa leÃdo, permaneció todavÃa durante un cierto tiempo sentado, un sopor y adormecimiento le entumecÃa los miembros, el agradable, pequeño y juguetón dios del sueño, rondaba a su alrededor, se apoderaba de su conciencia, le cerraba los parpados, supuso que era propio del cansancio y de las descontroladas emociones a que fue expuesto, pensó que lo mejor era entregarse al dulce descanso, ya proseguirÃa mas tarde su camino.
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Mas, inopinadamente unos rudos golpes y ruidos lo sobresaltaron, las puertas de Bronce, se habÃan abierto con grandes estrépitos. No vio a nadie ni entendió quién habÃa abierto las puertas.
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Vio el exterior ante él, se levantó y se encaminó prestamente traspasando las puertas e imprevistamente se halló en el patio circular del interior del Templo, lo reconoció y supuso por eso que ya casi era el final, era libre.
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 Sus ojos se encandilaron con la luz del astro Solar. Puso su mano derecha a guisa de parasol. Ya el refulgente Atón habÃa ascendido, estaba casi en su cenit y mostrándose en todo su esplendor y belleza, impartiendo a dioses, hombres y bestias su vivificador influjo.
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 El mismo joven que lo habÃa precedido anteriormente, después de hacerle una reverencia, le guió hasta una pequeña piscina, el vaho que desprendÃa el agua caliente, lo invitaba a introducirse, relajarse, aliviar sus heridas y quitarse todo vestigio de tierra, polvo y los malos olores impregnados en su piel a los que estuvo expuesto, habÃan dejado al alcance de su mano, aceites, perfumes, sales y esponjas marinas propias del gran lejano mar de aguas rojizas.
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 Después del reparador baño, salio de las aguas, se vistió con el faldin blanco de los sacerdotes menores y luego de frotarse con aceites, para quitar todo vestigio de lastimaduras y moretones por los golpes recibidos en el interior y los corredores de las cavernas con energÃa, gracias al calor y vahos que desprendÃan las cálidas aguas y casi en una pasiva somnolencia, debida a su cansancio, apoyo su cabeza en el borde exterior de la pequeña piscina y se dispuso a reposar, cuando un llamado lo sobresaltó, alguien a quien no conocÃa mencionaba a gritos su nombre.
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Con sorpresa, vio llegarse hasta el, a una dulce muchacha, casi una niña, que apenas cubierta por unas transparencias, se encaminaba a su encuentro, con una complaciente sonrisa, acercándose hasta casi tocarlo, se alzo de puntillas y abrazándolo tierna y afectuosamente, lo besó.
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 Tomando su mano cariñosamente y dirigiéndole miradas de complicidad, lo guió a través de los senderos de hermosos jardines, las fuentes de las cuales manaba agua, estaban ricamente decoradas, cuidados árboles y mil variedades de multicolores flores, alegraban la vista y el corazón, muy cerca suyo, la joven, dirigiéndole ahora inflamadas y pasionales miradas, lentamente lo condujo y por fin lograron alcanzar un fresco, sombreado y pequeño templete. Era el lugar más apropiado para el reposo.
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Una suave música transportada por el aire le llegaba hasta los oÃdos. Se sentó expectante en un pequeño banco labrado de madera.
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 Miro a todos lados, quiso descansar pero no tuvo respiro.
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 Raudamente, y sin saber desde donde aparecieron mas mujeres, todas jóvenes, bellÃsimas y espléndidas, las habÃa de todo tipo y raza. Se le insinuaban, se le ofrecÃan, estaban todas cubiertas de un ligerÃsimo y transparente atuendo, le acercaban frutos, bebidas, alimentos cuyo olor y sabor era una invitación a quedarse, saborear y disfrutar. Una suave música transportada por el tibio aire se escuchaba.
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 En medio de toda esa enloquecedora distracción, casi turbado por lo que sucedÃa, apareció de repente, otra muchacha, ésta, por su belleza y porte, dejó eclipsadas a todas las demás, su contoneantes caderas se movÃan al ritmo de su principesco caminar, su profunda mirada, fue lo que lo sedujo y no le permitió retirar la vista de la femenina imagen, pensó atónito, si en realidad no seria la mismÃsima Isis, la diosa de la noche, la Compañera Inefable del Gran Osiris, quien se le acercaba...
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 Ella, ágilmente, aproximóse sonriente, su mirada no se retiraba de él, sus negros ojos lo penetraban y llegaban hasta su alma, su cuerpo agraciado se acercó hasta casi tocarlo, sintió su calor y el penetrante perfume de su piel, ella, extendió su mano y tomando las del sorprendido joven, lentamente, lo condujo hasta un lecho situado bajo el templete, suaves, pulcras sabanas de blanco e inmaculado lino, incitaban al descanso, ella se acostó, se quito de si toda la transparencia que la cubrÃa apenas y con su mirada anhelante y con sus manos extendidas lo atrajo hacia si, ya totalmente desnuda, invitándolo e incitándolo a ejercer su hombrÃa, la vista del pubis casi núbil, lo excitaban y lo estimulaban mas todavÃa.
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 La entrega de la mujer con carácter de diosa era absoluta, total. Era la diosa del Amor hecha realidad, era la copa de ambrosia que por fin se le brindaba. La Astarté del paÃs del norte que se le ofrecÃa. Sus lánguidos ojos expresaban todo el ardor de su carne, sus labios rojos gritaban toda la fiebre de su sangre. El muchacho, sufriendo todo como si de una tortura fÃsica se tratara, puso la mano sobre sus ojos, quizás, para que esa reina de las mujeres, esa hermana de Seth, el dios de las pasiones, no ejerciera tan grande influjo sobre su vacilante espÃritu.
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 Volviendo su faz hacia el desierto, apartándola de la mujer, exclamaba. ¡OH! Grande y sublime Atón, gira por una vez, tu cara y posa tu excelsa mirada en mi rostro, ilumÃname, no me ciegues, no me permitas caer en esta tentación del maldito Seth, el maligno prÃncipe de las pasiones y los horrendos Abismos, el que encadena a los hombres y los arroja al fondo de sus infernales mansiones.
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 ¡! No permitas que esta hija de los infiernos, hermana de Seth atrape mi espÃritu y me pierda!!
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¿Porque la has puesto en mi camino?
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¡Te lo exijo! ¡Te invoco! ¡Te imploro! ¡No dejes que se quebrante mi voluntad de servirte! ¡Libérame de mis pasiones! ¡Desata el nudo de los ardores y estas flamas de mi corazón!
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 Al ver titubear al neófito, ella dando un fuerte bramido cual leona en celo, se irguió, se abalanzó sobre él, rodeándolo con sus brazos firmemente con salvaje pasión y atrayéndolo hacia su seno, haciendo que trastabillara y cayese sobre ella.
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Por un instante el embriagador perfume de la mujer lo perdió, quiso olvidar el mundo y su cometido. Jamás se repetirÃa esa sensación de tener debajo de si, anhelante y entregada, a la reina de las diosas del amor de toda la creación.
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 La diosa Nefertary en persona querÃa y le exigÃa ser su amante y consorte.
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La inteligencia y el sentido del deber, se trabaron en lucha con el enardecido e intimo salvaje deseo de la posesión, el alma con el cuerpo, el ser inferior trataba desesperadamente de apartar y olvidar al superior, la lucha se entabló entre lo por siempre inmortal, con lo efÃmero y temporal. Era esta una batalla decisiva y la peor. O era esclavo de sus pasiones y encadenado a su ser imperfecto certificaba su derrota o venciendo sus naturales inclinaciones, salÃa triunfante, dejando paso a su mente, su inteligencia, el deber y su sentido común.
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El ser animal, dejando de lado las tentaciones, brumas y divagaciones del mundo material y emocional, se convertÃa en discÃpulo del Gran Toth, el dios de la sabidurÃa, el Tres Veces Grande, el Inmortal, el de la Tabla de Esmeralda.
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 ¡OH! Toth!, Señor y dios de la mente, del sano equilibrio y la castidad, hazme fuerte y Valeroso, tiende Tu Mano hacia mÃ, aleja de mi vista a esta hija del Amenthi...
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 Su pensamiento y su sentimiento era ya una súplica...
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Mirando hacia todos lados, trato de encontrar la salida, como si salir huyendo fuera un ultimo recurso, huirÃa si, pero si no sabia enfrentarse a las pasiones que lo conmovÃan, jamás saldrÃa de ese Ãntimo laberinto, pues dejando a esta reina de la noche, otra se presentarÃa mas allá para ejercer sobre el, la misma o peor y desoladora presión emocional, debÃa ceder pereciendo asà a la vida del espÃritu y poseer por un instante toda la lujuria y perderse definitivamente como hombre.
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SerÃa uno mas de esos ciegos que deambulan por los oscuros laberintos y oquedades de ultratumba de los templos, el paÃs de los muertos en vida, mas allá del mundo de los vivos y asà escapar de las garras de las emociones de las que se sentÃa prisionero, este era el peor de los enemigos y también de las pruebas, la pasión, donde es mejor para el ser inferior, rendirse y gozar de todas las delicias que nos otorgan nuestros sentidos y deleitarse de ellos, como algo inherente a nuestra personalidad o luchar denodadamente, superar al ser llamado “El Guardián del Portalâ€? que es el reflejo de nuestras propias pasiones y debilidades, que no nos dejará pasar del mundo fenoménico, si no estamos lavados del torrente de las aguas de la mente, esas puras aguas de los Grandes Océanos del Espacio, donde los dioses tienen su existencia, el Gran Abismo Ã?ndigo, donde las Constelaciones y Galaxias velan el lugar de residencia de los Primigenios y antiguos Creadores. Los antiguos y eternos dioses.
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Pero no podÃa ni pensar en huir, cuatro enormes eunucos armados con espadas de bruñido bronce, se hallaban firmemente situados y custodiando las posibles salidas del templete, la huida como solución a su problema era ya impensable, además no seria la solución, podrÃa volver a caer en otra trampa de la misma naturaleza y eso seria mucho peor, no, debÃa actuar y rápido, se obligaba a si mismo a vencer o dejarse llevar por los instintos y caer bajo la pesada piedra de molino, que estarÃa sobre su cuello, bajo las catacumbas del Gran Templo, como castigo a su debilidad, pero no solo por eso, debÃa de hacerlo, debÃa de dominar y salir triunfante, por el hecho de que se lo habÃa propuesto y sufrido las pruebas del mundo, hasta llegar a ésta, la última, quizás la peor de todas. Â
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Ese era el tremendo minuto en que se alzaba ante el, la tentación y su caÃda, era todo por lo que habÃa luchado y padecido, habÃa dejado a su amante esposa y pequeña hija, su casa, sus enseres de escriba del Templo, sus esperanzas de entrar en la Casa de la Vida, todo eso se perderÃa en un solo instante, el comprendÃa que si un neófito era vencido y se derrumbaba en cualquiera de las pruebas a las que era sometido, se convertirÃa finalmente, en muerto-vivo de las oquedades del Templo, terminarÃa sus tristes dÃas despreciado y arrojado por siempre de la luz, sus labores serian desde ese instante, vivir en la mas densa oscuridad, ser el mas bajo en las calificaciones humanas, cual un irracional, servir en la Casa de la Muerte, donde debÃa de permanecer hasta el final de su mÃsera existencia.
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Tenia noticias que quienes terminaban en esos antros, quedaban ciegos y sordos al mundo, le esperaba realmente un fin de vida miserable.
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  Pero en cambio si salÃa vencedor, morÃa definitivamente a los placeres mundanos, pero renacÃa a la nueva y resplandeciente vida. De hecho, solamente cuando desechaba definitivamente, el apasionado abrazo y el beso anhelante de la mujer, oponiéndolos firme, a su voluntad de granito, su personalidad se agigantaba y adquirÃa las dimensiones de Meneftah, el quinto dios del sistema de Aton, El Brillante, el Grande, el que vive en los espacios, el llamado corazón del Sistema, ese dios de los innumerables hijos, que lo acompañan por el espacio, como si de una corte se tratara.
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 En ese momento supremo, al que habÃa llegado como hombre, fue cuando empujando a la mujer, apartaba la vista de ella, se incorporaba como si de un gigante de antaño, de un Titán hijo de dioses se tratara y se disponÃa a luchar sin saber como, con los guardianes de las cuatro puertas, cesaba todo tumulto, el silencio se imponÃa como un manto. En ese mismo instante en que su personalidad se alzaba triunfante, era cuando inmediatamente era aceptado por los Iniciados en sus filas.
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Sonaba insistentemente un cencerro.
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 A la perentoria orden de un anciano sacerdote, absolutamente todos al instante se retiraban caminando hacia atrás y haciendo inclinaciones de cabeza, dejando solo al neófito.
 Este, asombrado ante el súbito cambio de actitud de todos los presentes, no alcanzaba a comprender.
 Al momento, varios jóvenes, casi adolescentes, vestidos de un deslumbrante lino blanco tomándolo de las manos, lo retiraban del templete y lo conducÃan hacia los grandes terraplenes de bronce, bordeado de las enormes y ciclópeas columnas y transponÃan las Grandes Puertas del Templo del Tiempo Eterno.
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 Era entonces conducido con gran pompa hasta una cripta donde estaban esculpidos los signos de los dioses eternos, se lo vestÃa adecuadamente y se le entregaban las primeras herramientas con la que debÃa trabajar, la medida de las horas, el cincel y el mazo. Lo pusieron delante de una piedra caliza sin desbastar. DebÃa realizar su primer trabajo. Al golpear con el mazo, el cincel sobre la piedra, un cerrado aplauso de los que le prestaban atención, llenó el ambiente
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 Las efigies enormes de los dioses lo observaban desde sus pedestales de granito negro, el precioso alabastro, adosados a las paredes de piedra caliza del desierto y a partir de ese instante debÃa de meditar profundamente e iniciar el sendero de sus estudios.
Atón en lo alto, casi llegando al Cenit, refulgÃa y vivificaba el mundo con sus rayos.
Sus Maestros y quienes serÃan sus compañeros e iguales también lo observaban y meditaban...
Se alzaba ante él, la esperanza de conseguir lo que finalmente su ardoroso corazón deseaba. La de servir a los dioses y los hombres desde el mundo de los conocimientos…